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‘Cuñados 2.0’

Me he comprado un coche azul. Tiene cuatro ruedas y un volante, y me sirve para llegar cada día al trabajo. Cuando se lo comenté a mi buen amigo Txomin, me respondió que con el dinero que me había gastado en su compra podría haber ayudado a los más desfavorecidos. Plaf. Menos mal que le conozco y sé que lo decía por algo muy concreto. Fue entonces cuando me envió la imagen que encabeza este artículo …

¡Cómo nos gusta hablar de todo, opinar de todo, criticar todo! Cuando la conversación gira en torno a la compra de un coche, no tiene la menor importancia (al menos, yo no le doy ninguna). Pero cuando hablamos de asuntos más serios, la cosa cambia.

De un tiempo a esta parte, principalmente tras la democratización de la información con la llegada de las nuevas tecnologías, el mundo entero (y España en particular) se ha llenado de supuestos catedráticos no titulados en decenas de miles de materias. Hay quien ve videos en Youtube sobre hipotecas de tipo variable y siente que es capaz de dominar el sistema macroeconómico. Todos supimos en su día qué era la prima de riesgo y por qué nos afectaba tanto. Y nos vanagloriamos de ser expertos en psicología forense gracias a las clases nocturnas de Netflix.

La cuestión no es que ahora seamos más listos, sino que nos creemos más listos. Creemos poder ofrecer una opinión sobre cualquier cosa sin necesidad de tener, para ello, cualificación, criterio o información suficiente. El problema es que realmente estamos confundiendo todos esos datos que encontramos en Internet con nuestro propio conocimiento. Una arrogancia intelectual supina. Estamos convencidos de que se puede saber todo, sobre cualquier tema, en cualquier momento y lugar. Un planteamiento tan absurdo como irreal, pero que nos conduce irremediablemente a una sociedad de ‘sabelotodos’ ignorantes. Un país de ‘cuñados 2.0’

Nunca se ha opinado tanto y con menos fundamento que hoy día. Prima la inmediatez, el espectáculo, las vísceras. Y eso propicia que se genere más opinión que información. Sobre todo en redes sociales.

Estos días tan tristes en los que medio país anda con el corazón encogido por el vil asesinato del pequeño Gabriel, confieso que he tenido que apagar el móvil unas cuantas veces. Por no leer burradas de sabios ilustrados en el arte de pontificar desde el púlpito tuitero. Gente que cree saber de leyes como para opinar de condenas y de cárceles. Gente que utiliza las razas para sembrar odios irracionales. Gente que justifica o pretende justificar una matanza, vaya usted a saber basándose en qué. Gente que se dedica difundir sus supuestos conocimientos sobre criminología para explicar cómo es una muerte por estrangulamiento. Gente que explota hasta el extremo el clickbait para arrimar el ascua a su sardina política. Gente que pretende hacer política con la muerte. Gente que opina. Gente que habla. Gente que ladra. Gente que contamina. Gente que golpea. Gente absurda. Gente.

Y ha tenido que venir ella, la única a la que le podríamos permitir salidas de tono por el desgarrador dolor que debe tener en sus entrañas, a sembrar un poco de cordura. Al menos a pedirla. La madre del pequeño Gabriel. Patricia. Una mujer con el corazón roto y la garganta quebrada, protegida por la bufanda azul de su pequeño. Una mujer que pide dejar el odio atrás, que nadie se aproveche de la desgracia de su familia, que nadie pretenda apagar el fuego con más fuego, que paren de habladurías y no pretendan convertir el foro público en una turba endemoniada, que mejor se hable de las buenas personas, de la bondad humana, que la hay. Y si no, que callen de una vez. Que paren. Que callen.

Hace ya muchos años que Sócrates promulgó aquel triple filtro por el que deben pasar todas nuestras opiniones: la verdad de nuestras afirmaciones, la bondad de lo que decimos, la utilidad de nuestras palabras. Mucho de lo dicho en estos días no habría pasado por la segunda criba. Es esta una buena praxis para poner en orden las ideas hoy en día y no convertir nuestra sociedad en una jauría de expertos inexpertos, con cuyas opiniones infundadas se causa más dolor que aquellas acciones a las que critican.  Como reza el famoso proverbio árabe, “si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, mejor quédate callado”.

(artículo publicado en Tribuna de Ávila)

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